LAS DOS ACERAS

 Significan ellas los dos caminos. Pueden cambiarse de vestimenta, pueden adornarse de viento fresco, de calor sofocante. Pueden estar pavimentadas o ser tierra pura. Incluso se pueden encontrar a muchos, pero muchos metros de distancia la una de la otra. No importa nada, quien camina por una puede saber o ignorar a quien va por la otra, y viceversa. Todo esto lo asumen bien los caminantes. Y ellas tienen vida, son transitadas. Solamente son de ellos, de nadie más. 


Tratan de no aparejarse, no es bueno. No están predestinadas, no se unen pero tampoco están ausentes la una de la otra. Se pueden oler. Sí, tal cual. 


Cuando la vida quiso que fuese así, fue extraño. Fue frío, incomprensible y doloroso. En ocasiones, hasta nefasto. 


La vida y sus extraños misterios son capaces de dar unas sorpresas gigantescas, se miran con unos ojos especiales. El ojo que puede mirar lo que los otros ¡Para nada! Es un ojo bendecido e iluminado y  se encuentra en cualquier lugar. Trasciende ese halo, aprisiona con dulzura y acerca en la lejanía. 


Cada uno camina, o se detiene quizás... Pero en su lugar, en su propia acera. Sin embargo, el misterio del Universo que clama porque lo que desea que sea definitivo, permanezca inmutable, hace las maniobras más extrañas para que las cosas sucedan. Por eso las percepciones, por eso las lágrimas sin sentido aparente, por eso una caída y, tras ella, un resurgimiento. 


Cuando se aceptaron las circunstancias, las cosas se acomodaron así, como flotando libremente. 





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